lunes, 10 de marzo de 2014

Para qué poetisa

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Una de las conclusiones a las que me llevó mi tesis doctoral fue que lo que llamamos forma poética –cuento, poema, novela o ensayo literario, según aplique– es la integración fonética-conceptual que se da en la mente humana al momento de construir el significado, y no la materialidad en sí, sonora o visual, que tradicionalmente asociamos al término literatura.
Creo firmemente que esto viene del término en sí mismo, literatura, que usamos ahora en lugar de poesía, que hasta antes del siglo XVIII –creo– se usaba para referirse a cualquier invención verbal, no necesariamente en verso. Literatura inevitablemente nos remite ya a la palabra escrita. En cambio, cuando entendemos la poesía desde su origen griego como poiesis, es decir, señala Juani Guerra, como construcción imaginativa real, online, es sinónimo de “riqueza en posibilidades de emergencias de estructuras nuevas de significado abierto en cada activación por cada agente”.
Por eso, ahora más que nunca abrazo mi llamado como poetisa y ya no más como escritora. Recuerdo que el maestro Ramón Martínez me reclamaba: si vas a escribir poesía, entonces preséntate como poetisa, no como esa jediondez –los que conocieron al maestro, sabrán por qué uso la j– que usan ahora las mujeres de llamarse poetas.
Y sí, poetisa –término al que le sacaba la vuelta– me gusta más ahora porque me suena a sacerdotisa.
Me gusta pensarme entonces como una sacerdotisa de la palabra.
Lejos de ser un paliativo para excusarme de mi larga ausencia en este sitio, es más bien un compromiso: consagro mi vida a la poesía, no sólo frente al escritorio, sino en cada segundo de mi existencia.